De acuerdo con Descartes, el Pensamiento Crítico consiste en dudar de las informaciones, dogmas y axiomas absolutos que nos rodean hasta que se consigue darles veracidad o, por lo contrario, ignorarlas, con el de conseguir una idea justificada de la realidad, en lugar de aceptar ciegamente lo aprendido. El método cartesiano consiguió hacer prevalecer la ciencia sobre las creencias, lo que marcó un hito en la historia, sobre todo para las mujeres.
En España, aunque no solo, no hay costumbre de favorecer el desarrollo del pensamiento crítico. Y, de hecho, es común advertir, en gran cantidad de entornos, la confusión existente entre lo que significa criticar ideas planteadas por otra persona, con el fin de argumentar y evolucionar en la búsqueda de la verdad, con lo que significa un ataque personal a alguien por el hecho de pensar algo. Esta perversión complica mucho el entendimiento y la búsqueda común de la justicia social.
Pero vayamos al origen ¿por qué ocurre esto?
Todos los seres humanos, independientemente de su sexo, condición social o color de piel, crecen dentro de un sistema de valores que les conforma, y aprenden a reconocerse y desenvolverse dentro de los parámetros necesarios para alcanzar un mayor valor social.
Pero estos parámetros no son iguales para todos. Evidentemente, lo que se considera valioso en un hombre de una tribu indonesia, no es lo mismo que en una mujer de Arabia Saudí. Sin embargo, lo que sí es común, es la necesidad de validación social.
Si consideramos que lo común a todas las culturas es lo natural, y lo que no, es aprendido según el contexto social, se podría decir que la necesidad de validación es natural pero no el modo de alcanzarla, por variar de unos grupos étnicos a otros. Y, aun dentro de dichos grupos étnicos, esa validación es diferente en función de la propia casta de cada miembro, con el fin de mantener unas relaciones de poder dentro de ese colectivo. Por ejemplo, las mujeres son una casta sexual diferenciada, al tener un sistema de validación consistente en diferenciar su comportamiento del de los hombres de su entorno. Esto pasa en todos los lugares del planeta, con el objetivo de mantenerlas en una posición de subordinación con respecto a estos.
Entender esto es importante porque, cuando se ignoran las relaciones de poder, se infiere que no hay nada que cambiar. Se puede mantener la propia inercia habitual y seguir adelante sin problema alguno de conciencia.
Pero ¿qué ocurre cuando alguien enfrenta a una persona con argumentos sólidos que le impelen a replantear sus ideas y ser consciente de dichas relaciones de poder y de las consecuencias de sus acciones? Dado que el buen auto concepto es algo natural, cuando alguien se siente interpelado solo hay dos caminos: bien reflexionar y aceptar la realidad, reconduciendo el propio sistema de valores y, como consecuencia ética, modificando muchas de las decisiones personales (y de los privilegios); o bien negar la evidencia y cerrarse en banda a la reflexión, para no tener que modificar las creencias propias de la inercia. Esto último puede ser inconsciente (producto de una mente simple o cómoda) o, totalmente consciente (es el caso de los cínicos).
La tranquilidad del negacionismo, sea por comodidad o cinismo, solo existe para las castas privilegiadas, para aquellas que, sin cambiar nada, siguen manteniendo su statu quo porque el sistema les apoya
Bien mirado, la tranquilidad del negacionismo, sea por comodidad o cinismo, solo existe para las castas privilegiadas, para aquellas que, sin cambiar nada, siguen manteniendo su statu quo porque el sistema les apoya. Pero ¿qué hay de los que son expoliados de su libertad, de sus bienes e incluso de su cuerpo para que ese otro grupo mantenga su posición social? Estos no pueden permitirse el lujo de no saber, de no escuchar, de no reflexionar, de no hacer reflexionar. Es el caso de las mujeres.
Por ejemplo, cuando un hombre paga por acceder al cuerpo de una mujer prostituida, ¿es realmente ignorante con respecto a la situación que ha conducido a esa mujer a estar ahí, y sobre las consecuencias que tiene pagar por el derecho a su cuerpo, para ella y para todas las demás mujeres? ¿O es una posición acomodaticia que le interesa para poder seguir cumpliendo sus deseos personales de dominio? ¿No es acaso una elección personal, una postura vital, no querer saber e incluso, no querer actuar?
Desde luego, el hombre tiene el poder de elegir un camino u otro. Pero la mujer prostituida no, porque ¿qué margen de acción le queda si normalmente procede de la trata, de los abusos, de la vulnerabilidad económica y de su propia socialización como mujer? ¿Cómo puede ella ignorar cómo le afectan las relaciones de poder, si no es a través de la despersonalización y la evasión de la realidad, con o sin drogas?
El manejo de los deseos y su construcción social deben ser continuamente debatidos y reflexionados. Establecer una diferencia visible entre deseos y derechos es básico para garantizar la seguridad jurídica de toda la población y no solo de una parte de ella. Puede resultar una tarea compleja, porque la educación está planteada para que ciertos temas sean considerados privados, como un tabú, con el fin de que todo permanezca igual.
Establecer una diferencia visible entre deseos y derechos es básico para garantizar la seguridad jurídica de toda la población y no solo de una parte de ella.
Por eso las mujeres debemos apelar a la conciencia colectiva, para que se deje de utilizar la demagogia y el negacionismo, que buscan confundir a la población asimilando la llamada a la reflexión con la coacción de la libertad individual. Es tal la perversión que, aunque son las feministas las que luchan por la existencia del debate social respecto a todo lo que les afecta, no solo son ellas las perseguidas y atacadas sino que se les acusa de coaccionar a los colectivos atacantes, como si la reflexión fuera, per se, un arma y uno una herramienta de entendimiento.
Lo interesante del caso es que, dicha censura a las feministas, procede tanto por parte del ala conservadora (que niega la violencia machista) como por parte del ala “progresista-transgenerista” (que niega la opresión por razón de sexo), de manera que ambos grupos acaban luchando por el mismo objetivo, que es invisibilizar la agenda feminista y el avance en los derechos de las mujeres. El caso más grave es el de Lidia Falcón, denunciada y llevada a los tribunales por supuestos “delitos de odio” que pasan por llamar al debate en torno a la propuesta “Ley Trans” por el Ministerio de Igualdad y que socava los derechos que tanto nos han costado conseguir.
Es fundamental impeler a los hombres a salir de la ignorancia acomodaticia y la inercia en todo lo que tiene que ver con la situación de las mujeres
Vivimos en colectividad. Desmenuzar el por qué de todo lo que atraviesa cada momento de nuestra vida, es básico para lograr un mundo más igualitario y justo. Las feministas tenemos clara la importancia de esto para que se produzca un efecto sistémico en positivo en el mundo que nos rodea.
Pero, además, es fundamental impeler a los hombres a salir de la ignorancia acomodaticia y la inercia en todo lo que tiene que ver con la situación de las mujeres.
Deben sentirse interpelados para que se posicionen y saber si forman parte del grupo de los cínicos y cómodos o, si por el contrario, quieren ser parte del cambio hacia la igualdad y la justicia. Y, si es así, deben abandonar sus ideas preconcebidas, y dar el primer paso de escuchar a las mujeres, reflexionar sobre lo que éstas tienen que decir y, finalmente, reconocer su posición social de privilegio. La época en la que la ignorancia les hacía inocentes ya ha pasado.
La mente solo se funde si no se usa
Y si reflexionas demasiado se te funde la mente