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SUPERANDO LA "DISFORIA DE GÉNERO"

Traducción del artículo escrito por Nicole Jones el 22 de marzo de 2020


La unión de estas dos palabras, “género” y “disforia” es insidiosa y anti feminista.

El género, una construcción jerárquica entendida por las feministas como opresiva, es inherentemente angustiante. Las mujeres y niñas, especialmente, tienen todo el derecho a sentirse disconformes con el género. Nunca es algo contra lo que las mujeres deberían tener que luchar para sentirse a gusto. Quizá esta sea la razón por la que las recomendaciones para chicas del Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género de Tavistock (GIDS) hayan aumentado un 5.337% en menos de una década.


El término “disforia de género” se originó en el DSM-V en 2013, y rápidamente entró en el vocabulario popular, reemplazando al término “trastorno de identidad de género” de las ediciones anteriores. En esta edición, el “género” tiene prioridad sobre el “sexo”, que se dice que es “asignado”. De forma similar, en el ICD-11, la Organización Mundial de la Salud (OMS), eliminó las referencias al término “trastorno” y reclasificó la “incongruencia de género” como algo relacionado con la salud sexual, más que con la enfermedad mental. En el Reino Unido, el Servicio Nacional de Salud (NHS) utiliza el ICD-11, aunque en USA se utiliza más el DSM-V. El hecho de que la “disforia de género” haya entrado en la lengua vernácula, en lugar del término “incongruencia de género” solo puede ser producto de la influencia de la cultura americana.


Tales revisiones se han producido, en parte, por la presión de los lobbies con el fin de des medicalizar las transiciones, y forman parte de una tendencia más amplia de capturas políticas, y el empuje necesario para introducir nuevas legislaciones en diversos países. A través de los cambios sutiles en el lenguaje, con el tiempo, se ha ido modificando la realidad para que la transición se considere como algo inherente al cuerpo, de una manera oscura y aséptica. A muchos no les cuentan los riesgos y se les abandona sin el seguimiento adecuado. Algunos incluso se dan cuenta después de la transición de que es imposible, en realidad, cambiar de sexo.


Los cambios de paradigma han creado una categoría cada vez más amplia en la que muchos se encontrarán y de los que solo se puede esperar un incremento de sobrediagnósticos y sobretratamientos. Esto no es sorprendente, dado el mercado lucrativo que rodea a las transiciones. La ironía desafortunada del trasfondo de la “desmedicalización” en el transgenerismo es que hay cada vez un enfoque médico mayor donde la no conformidad se considera tratable a través de intervenciones quirúrgicas y hormonales.


Cuando miro estas cifras del Tavistock, me siento aliviada de que mi consciencia feminista me haya dado la habilidad de comprender mis cuestiones con la imagen corporal antes de que cualquier doctor me diera una recomendación.


La “disforia de género” no estaba todavía en el vocabulario de los adolescentes; sin embargo, el clima que precedía a este “incremento de aceptación” para esta juventud transgénero era homofóbica. No había lesbianas “fuera del armario” en mi instituto y solo había una persona transgénero que, casualmente, era la única persona, de la que fuéramos conscientes, que, abiertamente, se mostraba atraída por personas de su mismo sexo, en ese momento. Los demás éramos asumidos, y nos asumíamos, como heterosexuales.


Muchas mujeres que han detransicionado afirman que nunca jamás consideraron la posibilidad de ser lesbianas y se consideraban a sí mismas como hombres heterosexuales. Para mí y para muchas mujeres jóvenes, pensar en una relación con otra mujer no solo era algo ajeno, sino que era completamente desconocido. La representación en los medios de las lesbianas, normalmente, las muestran como mujeres delgadas, femeninas y convencionalmente atractivas, que encuadran con la fantasía masculina más que con la realidad femenina. Además, la mayoría de nosotras nunca había oído hablar del Mundo de la L.


De niña, era ya afortunada si se me permitía vestir y jugar como yo quisiera. Mi madre era profesora de secundaria en ese tiempo y, una vez, le pararon algunos alumnos mientras salíamos, y le preguntaron: “¿Por qué deja que su hija se vista así?” Ella respondió que me dejaba vestir como quisiera. Desgraciadamente, muchos niños vivían en casas donde no les permitían los cortes de pelo, la vestimenta o los juguetes que querían. Ya fuera mediante una negativa abierta, o mediante el desánimo sutil o los comentarios cuando se alejaban de la conformidad. Con el tiempo, el niño comienza a desarrollar un sentido profundo de estar en falta. Es debido a estos niños que la identificación transgénero llega a su punto más álgido.


Como Susie Orbach escribe en Cuerpos:

Los niños que sienten que no son amados pueden creer que hay algo equivocado en ellos que les haga inaceptables. Este sentido hiriente de no estar bien les causa confusión y daño, pero no abandonan el deseo de amor y aceptación. Sienten desesperación por ello, en realidad. Lo anhelan y, quizás, lo temen. Pero su búsqueda de amor y aceptación se dará mediante el intento de cambiarse a sí mismos para ser alguien que puedan aceptar.

Las mujeres con disforia luchan por escapar de este sentimiento hiriente de no ser lo que se espera de ellas. Cuando vestimos de forma femenina, o somos forzadas por la familia o amigos, sentimos que nos estamos mintiendo a nosotras mismas. Pero la ropa que queremos llevar nos parece “equivocada”. Condicionadas desde la niñez a asociar nacer hembra con feminidad, sentimos que hemos fallado como mujeres. Cuando llega la pubertad esto solo se agrava.


Como me desarrollé tarde, me llegué a identificar tanto con mi preadolescencia, un cuerpo apenas sexuado, que comencé a asociarlo con una libertad olvidada. De repente, tenía que “vestir por mi figura”.


Cuanto más visible me hacía como mujer, de menos libertad disfrutaba. Intentando hacer mi papel, como preadolescente, comencé a rellenar mi sostén acolchado (a veces, incluso, llevaba dos) pero pronto me dí cuenta de que no me gustaba la feminidad o la atención masculina. A la edad de 16 años, estuve a punto de comprar un aglutinante para los pechos, cosa que no hice por falta de fondos. Mientras tanto, envolvía pañuelos delgados apretados alrededor de mis pechos hasta que se aplanaban. Los pechos que no eran suficientes para la feminidad, resultaban demasiado supérfluos en la búsqueda de neutralidad. Desarrollé una rutina de comer/vomitar que, sinceramente, vi como único camino a mi “auténtico yo”. Mi yo real era delgado y andrógino y el cuerpo que me había traicionado era una falsedad. Comprendí mi feminidad, no solo como excesiva, sino contraria a quien yo era realmente.


Hay un sentimiento de despersonalización muy real en el que las características de tu propio cuerpo no solo no las sientes como tuyas, sino que representan algo más—normalmente en función de las expectativas que tienen otros sobre ti. Te obsesionas con realizar juicios de valor sobre detalles inherentemente insignificantes, que se acumulan en tu mente para representar a la persona que estás rechazando. El cuerpo se convierte en un lugar de responsabilidad moral. Te empeñas en ser menos y menos esta persona, pero es disforia, así que los postes de la portería te empujan hacia atrás. El cuerpo puede haber cambiado pero el sistema de valores permanece. La disforia se sostiene a sí misma.


Ocasionalmente, se te recuerda la futilidad de tus esfuerzos. Lo externo solo se puede disciplinar con lo interno. Antes o después, se te recuerda tu impotencia.


Para la gente transgénero, esto se manifiesta en el deseo de determinar el discurso de los demás, como el uso de “pronombres preferidos”, que transmite a los disfóricos la idea de que sus esfuerzos no han sido en vano. Cuanto más lejos lleguen estos esfuerzos, más se puede perder, puesto que los fundamentos de su personalidad se han forjado sobre lo que es, en esencia, una mentira.


La disforia, ilimitada e intangible, solo puede ser cuantificada por afirmaciones externas de validación, puesto que nunca es lo suficientemente sentida por el disfórico.


La negación debe de mantenerse. Como consecuencia, han aumentado las comunidades online dedicadas a documentar el “viaje”. Para la gente con disforia, los videos online y los blogs sirven para mantener e intensificar el desorden. Se reúnen entre ellos, se crea un “espacio seguro” en el que las palabras invalidantes de los adultos de sus vidas no les puede alcanzar nunca más. Los adultos que están comprometidos con que te conviertas en la persona que has rechazado.


Las comunidades pro anorexia eran populares en páginas web como Tumblr, donde las niñas subían y compartían fotos en blanco y negro de mujeres delgadas, a menudo posando de forma que se contorneara su cuerpo para dar la impresión de que el cuerpo tenía la forma deseada—trucos que se aprenden rápidamente. Para crear o exagerar un “hueco entre los muslos” (thigh gap) podías girar tus talones hacia afuera y llevar tus hombros hacia adelante. Las “hendiduras de cadera” (hip dip) se conseguían cuando tu estómago estaba tan cóncavo, que tus pantalones o ropa interior se estiraba desde un hueso de la cadera hasta el otro sin tocar la carne por medio, algo que la mayoría solo podrían conseguir si se tumbara. Los hombros se podían llevar hacia adelante y hacia adentro para resaltar las clavículas. En estos foros, la apariencia de pérdida de peso puede ser un símil para significar el alivio psicológico. Perfectamente organizado en etiquetas, con el botón de bloqueo siempre a mano, el mundo digital dota a la disforia de un sentido de control que se pierde en el mundo exterior. Este imaginario se caracterizaría por todo tipo de consejos sobre cómo morirte de hambre de la manera más efectiva.


Dentro de la comunidad trans online, el uso coloquial de “T” para testosterona es preocupante por el parecido con las abreviaciones personificadas de “Ana” para la anorexia y “Mia” para la bulimia, a quien a menudo se refieren como “mi amiga”.

En estos círculos, hay un auto escrutinio implacable, pero es el “paso” (passing) el que está en el foco, en lugar de la dieta. El descargo de responsabilidad hecha por los activistas transgénero, de que el “passing” no es parte integral de la identidad trans, aunque es bien intencionado, elimina la realidad de la disforia.


En los videos y blogs populares, a las mujeres “pre-T” se les anima a comprometerse con una serie de comportamientos auto regulatorios, obsesivos.


La ropa de rayas se dice que da sensación de altura, mientras que las faldas estampadas pueden añadir anchura a los hombros y alejar la atención de las caderas anchas; un corte de pelo angular que es más corto por los lados se considera masculino, como las cejas completas, gruesas que se pueden delinear pero, preferiblemente, teñir. El tinte también se puede usar para oscurecer la parte inferior de la cara, para dar la impresión de la barba.

Hablar más lento y profundo, con menos gestualizacion de manos. Caminar a grandes zancadas. Marcar paquete.


Lo que más se menciona, desde luego, es el aglutinante de senos. Muchos defensores del aglutinante “seguro” admiten no haber seguido este consejo y afirman haber utilizado cintas y vendas, llevando aglutinantes demasiado pequeños o para dormir. Cuando tu objetivo final es liberarte de tus senos, es difícil que te importe lo que les ocurra mientras tanto. Una vez que empiezas con la testosterona, la tendencia popular es hacer un registro de la progresión de la voz y ver cómo se hace más profunda. La “T” se repite una y otra vez, como las fotos adelgazantes que las mujeres se toman para registrar su pérdida de peso.


Igual que las mujeres jóvenes con trastornos alimenticios intentarán obtener suplementos dietéticos, laxantes y equipamiento deportivo sin que sus padres lo sepan, las personas transgénero pueden encontrar modos de adquirir aglutinantes y hormonas no autorizadas online. La Fundación LGTB, de fondos públicos, incluso provee una oferta donde las mujeres jóvenes pueden recibir un aglutinante gratis, empaquetado de forma que no rebele a sus padres lo que hay en el interior.


La ONG Mermaids de UK, recientemente, promovió una funcionalidad en su página web que permitía a las jóvenes usuarias que vivían en casa con su familia, pulsar un botón y ser rápidamente enviadas a otra página web. La desconfianza llega para definir las relaciones que las niñas tienen con sus padres, cuya comprensible aprensión a la hora de aceptar el, a veces, rápido cambio de esta nueva identidad, es denominado por los activistas transgénero y sus pares como “transfobia”.


Al padre que ha estado aceptando la no conformidad de la niña en el pasado, le cuesta entender esta obsesión súbita con la indumentaria y la auto percepción. Para el padre conservador, sin embargo, que probablemente actúe con homofobia inconsciente, una niña homosexual es una amenaza más directa a la familia nuclear que una transgénero. Homofobia camuflada por el venerado “progresismo” del movimiento transgénero.


El secretismo es una de las características de la disforia, como cuando finalmente pronuncias las palabras que han consumido tu pensamiento consciente durante tanto tiempo, pueden parecer irracionales, vulgares, incluso mezquinas. La desaprobación de tu familia te confirma que tú y tus pares sois los únicos que podéis entenderlo. Así que te puedes replegar sobre tí mismo, retirarte, negarte a hablar de ello. La brecha entre quién eres para tí misma y quién eres para los demás, se ensancha hasta el abismo. El instigador percibido del conflicto es forzado a acomodarse a un criterio estricto en sus interacciones, si es que llegan a ser capaces de interaccionar. Las cenas familiares y los eventos feministas se pueden convertir en algo muy desagradable.


Muchas madres son capaces de lidiar con el malestar de su hija, pero no pueden llegar a ellas. Se tropiezan con sus palabras, intentando asegurar a su hija que estos sentimientos se irán resolviendo con la edad, pero utilizando la palabra “fase”, lo que activará el botón de alarma.


El odio extremo del cuerpo, a diferencia de la homosexualidad, es algo que hay que intentar superar. La confluencia entre los dos temas es deliberada: se ha aconsejado a los transactivistas que mantengan luchas previas de liberación, como las de los derechos de los homosexuales, a pesar de existir profundas diferencias entre ellas. Desgraciadamente, la mayoría de los padres no son capaces de lidiar con los sentimientos de diferencia de sus hijos disconformes y, entonces, confían por entero en la guía de los llamados profesionales.

En USA es bastante obvio lo que estos profesionales ganan cuando hay un sobre diagnóstico: clientes para toda la vida. Esta importación cultural, combinada con el manejo politizado de los grupos de presión del tercer sector financiados por el gobierno, ha dado lugar a un clima en el Reino Unido en el que el sistema se está hundiendo bajo la presión de la demanda. La legislación y la política destinadas a legitimar este escándalo no se pueden poner en marcha lo suficientemente rápido—idealmente antes de que alguien tenga la oportunidad de detenerse y pensar.


Con el aprendizaje de mi bulimia, aquellos que estaban cerca de mí intentaban consolarme con “¡pero las chicas delgadas son feas, a los hombres les gustan las chicas con curvas!” Conmigo, una lesbiana en el armario, os podéis imaginar que esto tenía el efecto opuesto al pretendido. La heterosexualidad y las expectativas de género que vienen con ella eran exactamente aquello de lo que quería escapar.


Para empezar, me estaban “aplicando el género incorrecto” (misgender). No era una de esas “chicas con curvas” que los hombres deseaban: Era un sujeto, no un objeto. Incluso cuando buscaba en internet mi talla de vestido, aparecían en pantalla fotos de modelos “de talla extra grande” que no llevaban nada más que su ropa interior. Si buscaba “lesbiana”, me encontraba con pornografía de mujeres delgadas, femeninas con largas uñas violándose entre ellas para un espectador masculino.


Cuando finalmente me di cuenta de que era posible ser una lesbiana, pensé, honestamente, que esa opción no era para mí, porque no era delgada y era andrógina. Mi mente adolescente irracional me dijo que estaba condenada a una vida de miserable heterosexualidad obligatoria porque mis caderas de “cis mujer” gestantes de niños así lo mandaban. Como se puede ver en el documental Se buscan chicas calientes (Hot Girls Wanted), el porno heterosexual clasifica a las mujeres delgadas como “adolescentes”, mientras que las mujeres con curvas son “Madres que me gustaría follar” (“MILFs”)—roles que se relacionan específicamente con su función reproductiva. Sin escapatoria, a un click de distancia, las mujeres jóvenes aprenden lo que significa ser una mujer en este mundo.


Como Victoria Smith escribe:

Una hembra con caderas y pechos tiene un trabajo que hacer, un papel que jugar, ambos sexual y reproductivamente. Yo no quería este papel. Era más fácil cambiar mi cuerpo que pedir al mundo que se acomodara a mi humanidad.


La sobrecogedora desconexión entre las mujeres milennials y las feministas de la segunda ola se produce, en parte, debido a este concepto de mujer que se forma en conjunción con el incremento de la pornografía y la diseminación de imágenes en toda la web. Estas imágenes han permeado nuestra propia concepción de forma tan profunda que, cuando las rechazamos, nos sentimos como si no tuviéramos más opción que rechazarnos a nosotras mismas. Cuando las mujeres más mayores nos animan a aceptar nuestros cuerpos de mujer, están hablando del término Mujer, tal y como ellas lo conocen. Mujeres que pueden recordar los días de la liberación de la mujer. Mujeres que no pasaron sus años de adolescencia recibiendo burlas por parte de los chicos y discutiendo con chicas que habían sido educadas en el porno. Resulta, por tanto, fácil descartar sus objetivos por ser diferentes a los nuestros. Están pidiendo demasiado. El cuerpo es el dominio del disfórico, se puede moldear a su gusto. La auto aceptación se ve como una rendición frente a las fuerzas externas hostiles.


Aquí es donde la “identidad de género” une todas las piezas. La “identidad”, como retórica, propone una experiencia individualizada del género, en lugar de colectiva. Ofrece individuos disfóricos con aquello que están buscando: el control.


Las lesbianas, cuyo entendimiento de su sexualidad se forma en el contexto de un patriarcado heterosexual, remodelan sus cuerpos y narrativas, psicológicamente inmunizadas por su identidad no binaria o de género fluido. A los niños acosados por sus familias y pares, por su no conformidad, se les ofrece una oportunidad de cambiar su sentimiento de impotencia. Las feministas críticas con este pensamiento binario y su consecuente mecanismo de defensa se pintan como intentos de reforzar lo binario, sin importar como sea esa portavoz de disconforme con el género. El disfórico asume que la voz disidente pretende que sienta impotencia, porque siempre que hay disentimiento en su mente, aparece dicha impotencia. Cuando el cuerpo se vilipendia, los que hablan en su defensa se alían con su enemigo.


Existe una fuerza en el diagnóstico donde la niña visualiza a un adulto que le dice a sus padres que existe una causa y que se necesita su permiso. Este permiso, sin embargo, tiene condiciones. Los padres se apresuran a comprar a su “hijo” la ropa que siempre ha querido. La chica, de repente, puede llevar pantalones al colegio, pero tiene hacer una transición social. Alguien, finalmente, se enfrenta a los matones, no para decirles que las chicas pueden jugar al futbol, sino para asegurarles que la chica que quería jugar es, en realidad, un chico. La gente empieza a hablarte con respeto. La magnitud de la reprobación de tu familia se muestra más claramente tras la transición, cuando dicen que ellos “siempre supieron” que algo iba mal, era diferente, o que “en realidad” era un chico.


Los comportamientos normales de los niños son, aparentemente, indicadores para la transición. Hay muy poca motivación para volver atrás. Las personas que detransicionan tienen que hacer frente a la “decepción” de los que aman, una vez más, quizá de una manera más profunda esta vez. El éxito percibido de la transición es algo que las feministas reconocen como una solución individual a un problema colectivo, resumido por Rebecca Reily-Cooper: “la solución no es intentar escapar a través de las barras de la jaula mientras dejas la jaula intacta, y el resto de las mujeres quedan atrapadas en ella


No tengo dudas de que los bloqueadores de pubertad me habrían aliviado al entrar en la pubertad femenina, igual que no tenía dudas de que vomitar tras las comidas me haría sentir mejor. Al vomitar, las lágrimas me caían por las mejillas. Había aprendido, de los blogs y de mi experiencia, qué no debía comer, lo doloroso que era volver atrás. Lo que es difícil entender para los demás es que, con todo lo horrible que era, era más fácil de soportar que los pensamientos previos, temporalmente postpuestos hasta la siguiente comida.


Las mujeres que llevan aglutinantes tienen relatos similares de dolor físico como respuesta al dolor psicológico, igual que hacen la mayoría de las personas que se auto lesionan. Cuando las feministas hablan de mujeres jóvenes que “mutilan” sus cuerpos, cae en oídos sordos. El problema no es que las mujeres jóvenes no entiendan lo que están haciendo cuando optan por una doble mastectomía, es que, como cuando yo vomitaba, es la alternativa la que resulta una desfiguración.


Esta es la mente del disfórico. Entonces, es responsabilidad de la familia, amigos y de la sociedad intervenir en esa auto lesión. Para minimizar y prevenir, con el objetivo de restaurar definitivamente el sentido de bienestar con su cuerpo.


Con esto en mente, no sorprende que los defensores de la identidad transgénero, a menudo apoyen la industria del sexo. No son feministas, no quieren que las mujeres se sientan a gusto con sus cuerpos. De la misma manera, los conservadores del género no quieren que los niños disconformes u homosexuales se sientan a gusto con sus cuerpos. Preferirían hacer que estuvieran a gusto ideológicamente, a través de intervenciones médicas.


Casi trágicamente, la sociedad comparte con el disfórico la mentalidad que justifica y provoca el daño como un mal necesario. Incluso en los estudios que muestran la ideación del suicidio, se ve que se producen más intentos de suicidio y depresión después de la reasignación sexual. Cada vez más personas que detransicionan llegan con relatos de abuso y negligencia clínica. Es cada vez más evidente que la transición médica es la falsa promesa que mantiene a las mujeres condenadas a décadas de agonía.


No tengo la solución para superar la disforia de género. Todavía presiono mis senos para que se aplanen contra mi pecho cuando me miro al espejo. Cuando subo de peso, me llega un terrible recuerdo de mi feminidad. Cuando subo las escaleras, tengo que sujetarme el pecho porque el sentimiento es insoportable. Me ha llevado mucho tiempo ser capaz de escuchar grabaciones de mi propia voz.


Todo lo que se es que, a pesar de todo esto, se mejora. Abarca mucho menos. Descubrir mi sexualidad y darme cuenta de que los cuerpos de mujer eran causa de celebración, no de desprecio, me ha salvado de gran parte de mi desesperación.


He descubierto que soy una corredora y una ciclista competente y de gran resistencia—algo que nunca habría sabido si hubiera comprado aquél aglutinante a los 16. Lo que me ayudó con la disforia fue hacer cosas que me motivaban a sentir en mi cuerpo más que ser testigo de ello.


Los aglutinantes, como los corsés, hacen pasivas a las mujeres y les roban la posibilidad de descubrir la capacidad de sus cuerpos. Parafraseando a Germaine Greer: si nunca se quita el aglutinante, ¿cómo va a ser capaz de saber lo lejos que podría caminar o lo rápido que podría correr?



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