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SIEMPRE NOS TRAICIONAN


El mayor éxito del patriarcado es, como decía Kate Millet, haber conseguido que las mujeres amaran a sus opresores, violadores y asesinos. Y es que, tras una larga Historia de traiciones sufridas por las mujeres por parte de los hombres, este tipo de abusos han sido interiorizados y naturalizados, hasta convertirse en “invisibles”.


Es brillante, porque una vez “desaparecidos” los problemas de abuso (dado que no se ven), no hay lucha que llevar a cabo, garantizando al patriarcado la mano de obra gratuita (o barata) y sumisa de la mitad de la población, que queda convenientemente programada para anteponer los deseos de los demás a los derechos propios.


Y es que las mujeres han sido educadas y socializadas en la compasión hacia los demás (que no hacia ellas mismas), siendo recompensadas en este sentido y castigadas cuando el comportamiento es individualista, al revés de lo que ocurre con los varones. Así, parece que es “natural” que haya muchas más mujeres cuidadoras que varones.


Pero no, no es natural, porque, aunque las mujeres han luchado siempre junto a los hombres, incluso iniciado revoluciones, su posición siempre ha quedado relegada (y, posteriormente, borrada) para evitar toda tentación de mirar hacia sí mismas y sus propias opresiones. Y, cada vez que las mujeres se han alzado, han sido traicionadas y castigadas brutalmente por aquellos que decían amarlas. Hagamos un repaso, resumiendo lo expuesto por Nuria Varela en su libro “Feminismo para Principiantes”:


En la Primera Ola del Feminismo (Ilustración, siglo XVIII), las mujeres, hartas de las subidas de precios del pan y los abusos del clero y la monarquía, convocan en 1789 decenas de manifestaciones en París. El 5 de octubre de ese mismo año, se dirigen a Versalles, para pedir pan y obligar al monarca a firmar los decretos votados por la Asamblea Nacional, que abolían los privilegios de la nobleza.


Llegado el momento de participar en la recién estrenada Asamblea Nacional, los varones las expulsan, negándose a otorgar el derecho a sufragio a las mujeres y obligándolas a quedar relegadas, aún más que antes, al hogar. Mujeres valientes y luchadoras fueron ajusticiadas y guillotinadas por sus compañeros de revolución, como Olympia de Gouges y se establece un nuevo código de minoría de edad perpetua para las mujeres: el código napoleónico.


No es hasta el siglo XIX que surge la Segunda Ola del Feminismo. Las mujeres cuáqueras, en Estados Unidos, participan activamente en la liberación de los esclavos, mientras y luchan por conseguir el abolicionismo de la esclavitud, haciendo uso de todos los recursos de los que disponen, arriesgando su vida y sus pertenencias, incluso.


Cuando se crea el texto fundacional del sufragio femenino, en 1848, con la Declaración de Seneca Falls, los hombres negros, ya liberados de sus cadenas gracias, en gran medida, a esas mujeres, votan en contra por miedo a perder los recién conseguidos derechos. Las mujeres son traicionadas de nuevo y las luchas se vuelven cruentas para conseguir el sufragio femenino en el mundo, tras lo cual, de nuevo, el silencio.


En los años 70 del siglo XX, surge la Tercera Ola del Feminismo, donde se teorizan, por fin, las causas de la opresión de las mujeres, y se definen conceptos teóricos clave, como el patriarcado, el sexo (realidad material) y el género (categoría analítica de la jerarquía sexual).


A medida que los derechos de las mujeres en las sociedades abiertas han ido incrementándose, al menos sobre el papel (no tanto en la práctica), las mujeres han gozado de una libertad jamás imaginada antes (aunque lejana de la de los varones). Tanto es así, que muchas mujeres cometieron el error de creer que ya estaba todo conseguido y de que era el momento de compartir las migajas conseguidas con hombres de grupos desfavorecidos, como homosexuales o transexuales.


Las mujeres, que habían sido insultadas, vapuleadas, tachadas de egoístas, de hombrunas (ya se sabe, solo los varones pueden luchar por lo suyo), cayeron en la trampa y se afanaron por mostrarse compasivas y generosas, “como buenas mujeres”, arriesgando así la propia seguridad (y la agenda), pensando que la lucha sería igualitaria y que esos hombres las apoyarían llegado el momento. Craso error.


Que los hombres gays pueden ser profundamente misóginos queda demostrado cuando, por activa y por pasiva, se han posicionado a favor de los vientres de alquiler, aprovechándose de la vulnerabilidad económica y social de ciertas mujeres para comprar sus hijos por un precio insultante.


Que el transgenerismo es una gran tomadura de pelo por parte de hombres que, sin modificar en nada su cuerpo, quieren obligar a toda la sociedad a reconocerles como mujeres, está ya más que asumida entre cada vez más mujeres del movimiento feminista.


Las feministas tenemos claro que un hombre jamás debería participar en deportes femeninos, entrar en vestuarios de niñas, o modificar el sexo sin garantías jurídicas. No vamos a permitir que nos denominen como trozos de carne (ser menstruante, gestante, etc).

La traición queda patente, una vez más.


Sin embargo, aún queda un debate abierto en el feminismo radical, y es que, incluso las mujeres más críticas con el transgenerismo, están dispuestas a hacer una excepción con las personas transexuales y utilizar los pronombres elegidos, pretendiendo que estas personas pueden llegar a cambiar su sexo. Como si éste no se encontrara en cada célula de ADN de nuestro cuerpo.


No, compañeras, el sexo NO se puede cambiar. Y si tenemos claro que un hombre no podrá ser, jamás, bajo ninguna circunstancia, de ninguna de las maneras, una mujer, tenemos que tener claro que eso también ocurre en el caso de una persona transexual, es decir, con verdadera disforia de género.


Evidentemente, estas personas requieren de comprensión y cuidados, pero eso no significa que darles la razón sea la solución. Porque si el origen de la disforia es el conflicto con las expectativas sociales, como así sabemos las feministas ¿no tendría más sentido educar sin estereotipos sexuales, en lugar de seguir apelando al chantaje y la fe para alimentar la fantasía subjetiva de estas personas?


Los especialistas de la mente deberían disponer de las técnicas adecuadas para ayudar a estas personas como así hacen con personas que tienen disforias de otro tipo, como los trastornos alimentarios, y con muy buenos resultados, por cierto. La propia aceptación del cuerpo y el uso y disfrute del mismo debería ser siempre el objetivo de todo tratamiento saludable.


Hacer la vista gorda nos perjudica a todos pero, sobre todo, perjudica a la mitad de la población más vulnerable: las mujeres. Porque da pie a que la consciencia colectiva se posicione del lado de las fantasías individuales en lugar de las realidades materiales que nos unen a todas las mujeres, desdibujando así la posibilidad de hacer diagnósticos fiables y, por tanto, de encontrar soluciones eficaces.


Y supone una nueva traición para las mujeres, que no vamos a tolerar.


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