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NUESTROS CUERPOS SON NUESTROS (Y LAS HIJAS/OS TAMBIÉN)


Pareciera, por su antigüedad, que la existencia de la familia tradicional, tal y como la conocemos, fuera algo natural en el ser humano, tan consustancial a éste como si fuera una segunda piel. Sin embargo, ¿es la antigüedad un aval suficiente como para considerar natural la pervivencia de dicha tradición? ¿Son las tradiciones, per se, deseables solo por existir? ¿Cómo sería el mundo si no existiera la familia tradicional como eje conductor de las dinámicas sociales?


Considero interesante hacer un análisis del origen de la familia. Hay diversas teorías al respecto, ampliamente debatidas por sociólogos y antropólogos de toda índole, desde el siglo XIX, ninguna de las cuales ha llegado a alguna solución concluyente. Pero lo que sí parece seguro es que la revelación de la paternidad ha sido uno de los más importantes descubrimientos de la humanidad y la primera de las razones por las que las mujeres comenzaron a ser consideradas “bienes” productores (de hijos) y, por tanto, susceptibles de ser poseídas y no como iguales a los varones.


Es muy probable que, de esta manera, como pretendiera Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, la mujer, por su capacidad reproductiva, haya representado la primera posesión, y por tanto opresión, de un ser humano por parte de otro en la historia de la humanidad y que, sobre esta, se hayan asentado el resto de opresiones, como la esclavitud y la servidumbre, basadas en el color de piel y la clase social.


En todas las mitologías y religiones, desde Grecia hasta India, se observa una indudable obsesión por parte del patriarcado en lo referente a la posibilidad de que los varones se pudieran reproducir sin la mediación del cuerpo sexual de las mujeres. Así, Buda “nació” de la oreja de su madre, o Dios se convierte en el Padre Todopoderoso. En la mitología clásica griega, Atenea nace de la cabeza de Zeus completamente formada y, por si no fuera suficiente, se convierte en la portavoz del patriarcado y la misoginia imperantes.


Esta obsesión por minusvalorar la importancia de la biología de las hembras para poder controlar su cuerpo y la producción de hijos, ha sido la causa de que su educación se haya orientado, tradicionalmente, hacia su propia degradación, en la propia consideración de su insignificancia, con el objeto de facilitar el proceso de control. Por supuesto, ello ha supuesto mantener una prohibición férrea de que las mujeres obtuvieran cualquier tipo de conocimiento, en general, y sobre su propio cuerpo y su sexualidad, en particular.


Además, al patriarcado no le ha bastado con controlar el cuerpo de las mujeres, sino que ha perseguido fieramente su mente y su alma, mediante el ensalzamiento y la consagración del amor y la familia, provocando tal desorientación en ellas que hasta que no han sido capaces de unirse con otras mujeres para poner en común las experiencias (lo que, coloquialmente, se ha llamado “sacar los trapos fuera de casa”) no han podido percatarse, aunque fuera mínimamente, del grado de manipulación al que se han visto sometidas. Así pues, como ya dijera Kate Millet: “El patriarcado gravita sobre la institución de la familia” siendo ésta garante de la supervivencia del patriarcado.


Es de sobra conocido que la palabra familia procede del latín “famulus”, que significa sirviente o esclavo. Esta institución era el patrimonio del “pater familias” o cabeza de familia en la cultura clásica, e incluía a la esposa, los hijos, los esclavos y los sirvientes, siendo todos considerados, por tanto, bienes (y no personas de pleno derecho) propiedad del amo. Por supuesto, era la familia una institución en pequeño del orden social, y el patriarca era el único nexo de unión con el resto de la sociedad. Evidentemente en ningún momento se consideró la existencia de la mujer como cabeza de familia, siendo considerado algo eventual y poco deseable.


Siendo así que la familia ha sido y es un instrumento de control sobre el cuerpo, la sexualidad y los hijos de las mujeres por parte del varón, resulta interesante que sean aquellas las principales encargadas de mantener los mismos valores que las esclavizan. Así, entonces, nos queda por preguntarnos si realmente la familia es algo deseable para las mujeres. Y si existe alguna alternativa mejor. Claramente, la concesión del divorcio y la ciudadanía, así como la educación y la independencia económica de las mujeres, han puesto grandes piedras en el camino de la pervivencia de la familia tradicional. Sin embargo, se sigue manteniendo como eje fundamental de la sociedad por falta de alternativas en el imaginario colectivo.


El camino se hace al andar, y las mujeres han ido avanzando como han podido, a veces a zancadas y otras despacio, pero juntas, en la consecución de unos derechos que les acercaban al control de sus vidas y sus cuerpos.


Sin embargo, como ya anteriormente pasara, cuando parece que los objetivos se pueden llegar a alcanzar, surgen, de la nada, nuevas fuerzas patriarcales incapaces de tolerar tamaña modernidad y progresía, empeñándose en hacer retroceder a la sociedad, desorientando a las mujeres invocando a la santidad del amor y la familia, una vez más, para que entreguen sus hijos y sus cuerpos a terceras personas para su uso y disfrute.


Es el caso de la mal llamada “gestación subrogada” donde se coloca de nuevo a las hembras vulnerables económicamente en una situación de bien productor de hijos, que no requiere nada para sí, y de la que se extrae una entrega absoluta en pro de la sociedad.


No han luchado las mujeres durante tantas generaciones para volver a entregar su vida y su cuerpo, con todo lo que ello supone en términos de opresión mental, psicológica y física. Por no mencionar los peligros físicos de esta práctica para las mujeres y los niños, cosa que explicaré en otro artículo


¡Os espero!

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