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EL MITO DE LA LIBERACIÓN INDIVIDUAL DE LAS MUJERES

Actualizado: 6 ene 2021


Si echamos la vista atrás, parece increíble el avance en derechos humanos de las mujeres que se ha producido en las sociedades modernas, en un tiempo relativamente corto de la historia. Al menos, en los países occidentales. Pero, ¿este avance en el bienestar de las mujeres se ha producido de manera natural? ¿Ha sido una lucha individual o colectiva?

Quienes consideran que basta con el ejercicio de la fuerza de voluntad y el deseo individual para conseguir la liberación están omitiendo, con cierta inocencia, cuál es el motor real de cambio en la sociedad, además de obviar el poder de las élites sobre el resto de la población, siendo estas élites encarnadas, principalmente, por los varones, que han luchado denodadamente a lo largo del tiempo por sofocar el afán de emancipación de las mujeres y devolverlas al lugar que ya tenían previamente designado para ellas: el hogar y los cuidados.

Para ello, se han dotado de diferentes herramientas a lo largo de la historia. Hay diversas teorías al respecto, normalmente asociadas al determinismo biológico (tan perjudicial para las mujeres) pero la más factible es que el comienzo del patriarcado, tal y como lo conocemos, haya sido fruto del simple uso de la fuerza física como principal herramienta, donde los varones han tenido, y tienen, una ventaja indiscutible.

Es lo que Alicia Puleo llama sociedades de “patriarcado duro o de coerción”, en contraposición con las sociedades de “patriarcado blando o de consentimiento”. En éstas últimas, se defiende la igualdad entre hombres y mujeres en términos legislativos, pero sin aplicación real en la práctica, o no de forma total. La prueba está en que las mujeres, al aplicar su “libertad de elección” mediante dicho consentimiento, terminan tomando las mismas decisiones (que las colocan en ámbitos de subordinación) que si vivieran en sociedades de patriarcado duro o de coerción. Es lo que Ana de Miguel llama “el mito de la libre elección”, cuya ventaja para los varones es, claramente, un coste mucho menor en términos de convivencia, con la misma efectividad.

En los patriarcados blandos, el uso de la violencia física ha pasado a considerarse una herramienta de “fracaso” social, solo usada cuando todos los demás recursos, infinitamente más sutiles, dejan de tener efecto. En estas sociedades, la manipulación se hace a través de la pedagogía, en lo que Pierre Bordieu da en llamar “Violencia Simbólica”, que es la imposición por un poder arbitrario de una arbitrariedad cultural y que se transmite a través de lo que él llamaba el “habitus”.

El “habitus” es un conjunto de estructuras mentales, que permiten a las élites intelectuales (y de poder) manejar el mundo social y son generadoras de prácticas que parecen ser producto del libre albedrío pero que están objetivamente determinadas, principalmente a través de la cultura, para lograr el beneficio de dichas élites. Dentro de este conjunto de prácticas se encontraría la perpetuación de las jerarquías sexuales entre mujeres y hombres mediante la socialización de las expectativas en unas y otros.

Dichas expectativas tienen como objetivo producir un efecto de auto sabotaje en las mujeres, lo que comúnmente se denomina Efecto Pigmalión o profecía auto cumplida por la que, si la persona tiene el convencimiento de que no puede cumplir algo, entonces no luchará por conseguirlo y se impondrá trabas a sí misma de manera totalmente inconsciente.

Así pues, el asentamiento de los roles sexuales tiene dos vertientes: una colectiva, donde los hombres y, sobre todo, las mujeres se adaptan a las expectativas que tiene la sociedad sobre ellos (siendo violentados de forma sutil o dura si no lo hacen), y otra individual, donde cada persona aplica a su propia vida lo aprendido y participa de su perpetuación en la sociedad presionando a sus congéneres para que no se salgan de la norma.

Qué duda cabe que ser conscientes de estas relaciones de poder y el efecto que produce en las mujeres es fundamental para poder salir de esta rueda de sexismo en que nos hallamos inmersas. Sin embargo, no es fácil conseguir esta consciencia de manera individual, sino que es necesario teorizar de manera colectiva para poder observar realmente cuáles son las corrientes de poder que nos atraviesan.

La socialización no se produce únicamente a través de la familia. También se perpetúa en la escuela, los medios de comunicación, los grupos de pares, el lenguaje, la tradición, la religión, la cultura, etc. Y, sobre todo, ocurre en TODOS los lugares del planeta, con diferentes grados.

Las personas comenzamos a socializar el género antes del nacimiento, gracias a la tecnología moderna, cuando la familia conoce el sexo del bebé, y las expectativas de género quedan fijadas, definitivamente, alrededor de los 3 o 4 años de edad.

En el mundo occidental, supondrá la semilla en la interiorización de la idea de la mujer como cuidadora y madre, a la que se aplicarán diversas barreras de acceso a lugares de poder, de forma sutil pero eficaz, con el objetivo de evitar la revolución. Pero en otros países el efecto es demoledor. De acuerdo con el estudio económico anual de la India en 2018, en este país faltan 63 millones de mujeres que fueron abortadas de forma selectiva por ser mujeres, al ser vistas como una carga familiar por culpa de la tradición. Además, cada día mueren cerca de 7.000 niñas antes de cumplir los 6 años debido a la preferencia de los varones a la hora de recibir cuidados sanitarios e incluso alimenticios. Por no mencionar los abusos sexuales, violaciones, la prostitución, la pobreza, etc

El hecho de que algunas de estas prácticas ocurran en países lejanos, no significa que no produzca efectos en la situación de las mujeres occidentales. Primero, porque el mundo se ha globalizado y las fronteras cada vez son más tenues, al igual que los flujos migratorios y los intercambios culturales, y, en segundo lugar, porque a las mujeres occidentales se les recuerda, casi a modo de amenaza, la “suerte” que tienen de no estar ahí, limitando sus propias aspiraciones por comparación con quien está más oprimida. Se empuja a las mujeres occidentales, por tanto, a compararse con quien ha tenido peor suerte, en lugar de permitirles mirar a quien ostenta los privilegios gracias a su opresión. De nuevo, el Efecto Pigmalión.

Todas las mujeres del mundo necesitan lo mismo para poder emanciparse: libertad para disponer de su propio cuerpo, derecho a la educación, derecho a la autonomía, derecho a alcanzar cotas de poder económico, legislativo y judicial, derecho de expresión.

Sería inocente pensar que las mujeres nunca han tenido ideas emancipadoras y que no han luchado e, incluso, se han dejado la vida, por conseguir cierto aire de libertad por pequeño que fuera. Ese deseo no es algo que pertenezca al mundo moderno o solo a cierto colectivo de mujeres del primer mundo. Si hubiera bastado con el deseo, las mujeres estarían liberadas hace muchos siglos. Todas, no solo algunas de forma excepcional. Por lo tanto, no basta con el deseo para lograr la libertad.

Valcárcel subraya que, aunque el feminismo es una filosofía política individualista, necesita urgentemente la formación de un 'NOSOTRAS', que permita que las mujeres se articulen colectivamente y se constituyan en un actor social con capacidad de intervención política y social.

La agenda feminista solo ha ido consiguiendo hitos en momentos históricos muy específicos en los que no solo se dio el deseo, sino, sobre todo, la oportunidad, de poder llevarlos a cabo de forma colectiva y con objetivos muy claros. Es necesario luchar por crear esas condiciones de oportunidad necesarias.

Así, en la Ilustración, se puso sobre la mesa la obligada sumisión de las mujeres, la toma de estado por inclinación, el entendimiento contractual del matrimonio y la equidad en la herencia. La agenda sufragista luchó por los derechos educativos, civiles y políticos, junto con el abolicionismo de la prostitución. La agenda contemporánea incluye la plenitud de los derechos individuales, y, desde que los conteos de presencia femenina en ámbitos de poder comenzaron en los ochenta, la paridad. Esto, en países occidentales, y solo algunos puntos de estas agendas se han ido desviando hacia otros países con menos suerte.

En conclusión, las mujeres somos un grupo mundialmente oprimido, y ninguna mujer, en ningún lugar del mundo, podrá ser totalmente libre mientras otra se mantenga oprimida. El movimiento de mujeres solo ha conseguido avanzar cuando las luchas han sido colectivas, cuando las mujeres se han unido, se han escuchado y se han movilizado juntas aprovechando los momentos de oportunidad y, desde luego, con una agenda concreta muy clara.

Como dijo la feminista soviética Rosa Luxemburgo, “Quien no se mueve, no siente las cadenas”. Pero que algunas mujeres no las sientan, no significa que no existan, solo que no se han salido suficientemente de la norma. El patriarcado ya se encargará de que, si una mujer, de forma individual, se rebela demasiado, las sienta con toda su dureza. Y si no, mutará para poder seguir perpetuándose.

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