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COOPERAR PARA SOBREVIVIR


En 1930, el norteamericano Alvin Hansen acuñó el término “estancamiento secular” tras preguntarse sobre el efecto que tendría en la economía el estancamiento demográfico y la falta de innovaciones tecnológicas, concluyendo que, salvo que se impulsara la demanda mediante el gasto público, las depresiones económicas serían cada vez más frecuentes y de mayores dimensiones.


Con esa filosofía surgieron, tras la II Guerra Mundial, los socialismos de corte keynesiano en Europa, mientras los recursos todavía eran considerados prácticamente ilimitados. En 1972, se publica el “Informe Meadows” donde se informa de los límites al crecimiento y, por primera vez en la historia de la humanidad, se plasma la grave crisis ecológica que afecta al planeta, un hecho sin precedentes, ya que es creado por el propio ser humano y pone en riesgo una gran parte de la vida en la Tierra. El informe se basaba en una simulación informática con 12 escenarios sobre el futuro medioambiental y económico del mundo. De todos, solo en 4 se evitaba el colapso global, al combinar estabilización demográfica y menor industrialización con soluciones tecnológicas.


Con las crisis, el capitalismo, que se había basado en el intercambio de materias reales, fracasa y muta dando lugar, en los años 80, a la era del neoliberalismo, como “concepción radical del capitalismo que tiende a absolutizar el mercado hasta convertirlo en el medio, el método y el fin de todo comportamiento humano inteligente y racional, subordinando la vida de las personas, el comportamiento de las sociedades y la política de los gobiernos (…) sin aceptar regulación en ningún campo" (CELAM-CIEDLA, "El neoliberalismo en América Latina", México, 1996).


Esto supuso un cambio no solo económico sino ideológico, al sacralizar el dinero como sustituto de la ética, y al naturalizar las desigualdades mediante el intercambio económico. Para ello, se introdujeron términos como “consentimiento” o “libertad de elección” que tanto valían para la aceptación de la prostitución, los vientres de alquiler, el trabajo forzado o mal pagado, como para cualquier otro tipo de explotación que jamás sería concebido como ético sin la intermediación monetaria por parte de los sectores privilegiados que, por supuesto, jamás se verían en la situación de tener que hacer uso de dicho “consentimiento”.


De este modo, cierta parte de la población es conducida a un mundo cada vez más alejado de la realidad y de los recursos, inventando “nuevas necesidades” que no son necesidades sino deseos. Mediante la confusión entre dichos términos, se provoca la idea de que la realidad es modificable mediante el deseo, conduciendo a la insatisfacción permanente que hace girar la rueda del consumo de manera ilimitada.


La deriva que esta ideología toma es perniciosa en varias vertientes. Una de ellas es la ecológica, puesto que los recursos son limitados, con un horizonte de vida no muy lejano al ritmo de extracción actual. La otra gran vertiente está relacionada con las desigualdades sociales que la escasez de estos recursos lleva aparejadas.


Respecto a la vertiente ecológica, según el informe Planeta Vivo, si a cada persona le corresponden alrededor 1,8 hectáreas globales de terreno productivo, la media de consumo mundial supera las 2,2has. Es decir, se necesitaría más de un planeta para poder mantener las pautas de consumo actuales.


Con respecto a la segunda, la del reparto, el consumo no es homogéneo. Mientras que en muchos países del Sur no se llega a la mitad, en USA el consumo supera 4,5 veces lo que le corresponde, en Canadá 3,6 y en España 3. Es decir, para que una persona española pueda mantener su consumo actual, se debe expropiar a 3 personas de otro lugar del mundo. Sin embargo, las materias primas y gran parte de los alimentos proceden,

precisamente, de esos mismos países que no los pueden consumir por lo que, a la vez que se deterioran sus espacios, se expulsa a parte de la población de su lugar de origen, creándose un volumen de migraciones sin precedentes, siguiendo la estela de esas mismas materias primas, de Sur a Norte.


Mientras en unos países las economías se basan en el crecimiento ilimitado de la demanda, en otros se ha de basar en la oferta ilimitada de recursos cada vez más expoliados. No hay que ser un genio para darse cuenta de que a medida que los recursos se acaban, el único capital en crecimiento que resta a dichos países son los cuerpos, que quedan así a disposición del mercado. Especialmente los de las mujeres y las niñas/os, dada su mayor vulnerabilidad económica y su tradicional supeditación al varón.


Según la UNODC (Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito), que presentó en 2019 el Informe Global de Trata de Personas 2018, a nivel mundial, los países detectan y reportan cada vez más víctimas de trata, especialmente en las Américas y Asia. Según el informe, el 72% de las víctimas detectadas pertenecen al sexo femenino, (49% de los casos son mujeres adultas y 23% son niñas), lo que representa un incremento respecto a 2016. Además, cerca del 80% lo son con objeto de ser explotadas sexualmente aunque también se observan otros tipo de explotación basadas en el trabajo forzado, la mendicidad, la extracción de órganos u otros.


Así pues, como afirma Yayo Herrero, solo existen dos soluciones frente a la escasez de recursos globales: una pasa por la actual desigualdad donde unos pocos consumen mucho, incluso aunque tengan conciencia y usos ecológicos, a costa de otros, conduciendo al nazismo o econazismo, o bien una reducción drástica del consumo (y la demografía) a nivel global acompañada de una redistribución justa de los recursos existentes, gracias a la creación de economías sostenibles, más locales y, sobre todo, basadas en la colectividad y la cooperación. En definitiva, lo que está en disputa es la hegemonía cultural, donde lo colectivo toma el relevo al individualismo.


La humanidad ha sido capaz de adaptarse a su entorno gracias a estrategias de cooperación, tanto entre personas como con muchas de las especies animales y vegetales. Siendo esta estrategia imperfecta (y las mujeres lo hemos sufrido en nuestras carnes toda la historia) es la única esperanza viable para un mundo que lleva avisando del rumbo al colapso para la humanidad y el resto de los seres vivos desde hace décadas.

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